domingo, 9 de noviembre de 2008

Obama y el cambio

Álvaro Montero Mejía
7 de Noviembre de 2008

Pocos acontecimientos políticos han concitado más la atención y los comentarios de la prensa y los analistas en el mundo entero, que el triunfo electoral de Barack Obama en los Estados Unidos.

¿Qué ha cambiado en los Estados Unidos que ha hecho posible el ascenso de un negro a la presidencia de la República? ¿Significa este triunfo una derrota definitiva del racismo, el guerrerismo y el extremismo de derecha en ese gran país? ¿Estaremos a las puertas del final del ingerencismo, el intervencionismo y el imperialismo de los Estados Unidos? ¿Acompañará este triunfo el comienzo de relaciones constructivas, equitativas y solidarias entre ellos y las naciones del Tercer Mundo?

Como sabemos, existen varios elementos determinantes que operan como el telón de fondo en este último proceso electoral norteamericano. La profunda impopularidad de George W Bush, no tiene parangón en la historia de su país. Está, por demás, justificada. Al frente de un equipo de auténticos mafiosos, convirtieron al poder del Estado y el recurso de la guerra, en un instrumento de saqueo y gigantescos negocios, fundado en descomunales mentiras y el espantoso sacrificio de decenas de miles de vidas humanas, entre las que se cuentan un millón de iraquíes y varios miles de jóvenes estadounidenses. Este hecho y sus detalles, puestos dramáticamente al descubierto, conmovieron la conciencia de grandes mayorías y en primer lugar la de los padres y madres que sólo esperan el regreso de sus hijos.

George W Bush, llenó de vergüenza a su país, sumando a las atrocidades de la guerra el establecimiento de cárceles clandestinas y la aplicación sistemática de la tortura sobre prisioneros cuyo destino se escapaba a cualquier control judicial. Abu Grahib y Guantánamo, quedarán indisolublemente asociados al despotismo, la perversidad y la arbitrariedad de la administración de Bush.

Para cometer sus crímenes con un alto grado de impunidad, George W Bush hizo aprobar la llamada "Ley Patriota", que resintió profundamente los derechos individuales y las tradiciones liberales que comparte una buena parte del pueblo estadounidense.

Antes de continuar, debemos señalar que es imposible no mencionar o dejar de lado el sometimiento y la liviandad de la mayor parte de los gobiernos de la Comunidad Económica Europea, que no sólo apoyaron y respaldaron esas políticas, sino que sujetaron sus propias economías a la simbiosis mercantil y financiera que existe entre el gran capital europeo y el mercado americano y entre las corporaciones en ambos lados del Atlántico.

Luego sobrevino la crisis financiera y la recesión económica. Sería un absurdo económico, no considerar los efectos que sobre la liquidez del sector financiero y bancario de los Estados Unidos, provocaban los descomunales gastos militares en Afganistán e Irak, cercanos a los $200 mil millones anuales y los derivados del creciente presupuesto militar de esa nación, que asciende a más de $650 mil millones por año y continúa en ascenso. Esto provocó los mayores beneficios corporativos de la historia y los excesos de capitales circulantes que le daban constantemente la vuelta al mundo provocando una fiebre especulativa con enormes efectos en los precios del petróleo, las materias primas y los alimentos. Literalmente hinchados de dinero, los grandes bancos de inversión -léase centros activos de especulación- inventaron el negocio de las hipotecas “sub prime” con las que infectaron no sólo todo su sistema financiero, sino una buena parte del sistema bancario europeo. Cerca de 5 millones de familias estadounidenses suscribieron hipotecas que después no pudieron pagar.

La quiebra de algunos grandes bancos y las maniobras de salvataje de grandes corporaciones como AIG, provocaron despidos masivos

-más de millón y medio de trabajadores cesados en lo que va del año-, centenares de miles de millones de dineros de los ahorrantes o de los fondos de pensiones, pulverizados en los juegos bursátiles, provocaron una situación de incertidumbre y zozobra entre amplísimos sectores de trabajadores, obreros industriales y empleados de las corporaciones en bancarrota.

¿Puede alguien en su sano juicio suponer que todos estos hechos impactantes en la vida social, política y económica de los Estados Unidos, no tendrían un efecto decisivo en el proceso electoral que se avecinaba?

¿Puede alguien imaginar que los representantes y responsables de estos dramas humanos y económicos iban a encontrar una mayoría electoral suficiente para continuar con la ejecución de esas políticas? ¿Era concebible que McCain, que prometía continuar la guerra hasta "la victoria" y se oponía ferozmente a cobrarles mayores impuestos a las corporaciones, sería capaz de obtener un triunfo en las urnas?

Sin embargo, como veremos, es muy poco lo que ha cambiado en el espíritu conservador y retardatario de enormes grupos sociales en los Estados Unidos. Si bien todos estos hechos hicieron posible la victoria de Obama, la práctica militarista y la concepción del mundo que han acompañado a la administración de George W Bush, continúan plenamente vigentes en los EEUU.


Si fuera por el solo hecho de las condiciones sociales y económicas que hemos señalado, el triunfo de Barack Obama debió haber sido aún más aplastante. Si nos referimos a los votos directos de los electores, observamos que el Obama obtuvo 63.110.820 votos, equivalentes a un 52% del electorado, en tanto que McCain alcanzó la sorprendente cantidad de 55.862.692 millones de votos, es decir, un 46%. De modo que se equivoca el que afirme que el racismo y el guerrerismo de la extrema derecha, han sido derrotados en los Estados Unidos.

Obama ganó, en primer lugar, porque el porcentaje de votantes aumentó enormemente hasta convertir esta elección en la de mayor participación en un siglo, con un 64,1% de los electores. En ese enorme aumento de la participación electoral, jugaron un papel decisivo los jóvenes, pues un 66% de ellos votó por Obama. También los negros y en menor medida los latinos, inclinaron de manera abrumadora sus votos a favor del candidato afroestadounidense. A su vez, el mapa electoral de los Estados Unidos es extremadamente revelador. Todos los estados del centro, donde se concentran los agricultores ricos y los grandes terratenientes, en línea recta, desde Texas hasta Dakota del Norte, pasando por Oklahoma, Kansas y Nebraska y luego descendiendo desde Nevada y Utah hasta Arizona, votaron por McCain. Son los estados donde tuvo lugar el genocidio y el racismo contra los tribus indígenas de los Estados Unidos, sometidas a una auténtica guerra de exterminio y confinadas a las llamadas "reservaciones". Y luego, no podían fallar al lado de McCain, los estados del "sur profundo", allí donde los odios raciales contra los negros se desataron siempre de manera implacable. Son los territorios del Ku Kus Klan, la John Birch Society o los descendientes de Linch. Hablamos de Mississippi, Alabama o Georgia, entre los otros confederados. La Florida confirmó su tendencia, hacia lo que constituye la derrota electoral de los grupos extremistas, que incluye a los mafiosos de la comunidad cubano-estadounidense.

Por otro lado, no debe extrañarnos que la Norteamérica obrera de los estados industriales del norte, asustados por la recesión que se inicia, la Norteamérica culta, progresista e industrial de los estados del este y la Norteamérica liberal de California, octava economía del mundo y otros estados del oeste, votaran por Obama. De modo que fundados en estrictos criterios de naturaleza social y enfrentados a una crisis de recesión financiera y productiva que avanza sin pausa, en un país donde no existen del todo ni las garantías laborales ni un régimen de salud o seguridad social, no era difícil adivinar cuáles serían las clases y grupos sociales que inclinarían la balanza a favor de Obama.

Pensamos que la polarización social de la sociedad estadounidense, en los términos planteados, continuará profundizándose. Esto hace más y más peligrosos a los grupos corporativos que han amasado con la guerra y con la crisis las mayores fortunas concebibles. Pero tampoco Obama se muestra inclinado a dejar de ser lo que está a punto de ser: el Presidente de la potencia imperial más agresiva y poderosa de los tiempos modernos.

Pero en el seno de su estructura de gobierno habrá importantes contradicciones en cuanto la forma de apreciar las urgencias de los propios Estados Unidos y del mundo. Hemos escuchado a Obama y algunos de sus asesores. Hay en sus declaraciones, preocupaciones sociales y humanistas que no se habían escuchado en boca de los gobernantes estadounidenses en los últimos decenios. Barack Obama parece inclinado a resolver problemas seculares que ha llevado a la sociedad estadounidense a la mayor polarización de su historia, centrados en los ingresos de las familias de clase media y baja, el sistema de salud pública y universal que literalmente no existe, la educación como un derecho para grandes mayorías y la situación crítica de casi 50 millones de pobres en el país más rico del mundo.

De un lado se encuentra atrincherado el "Complejo Industrial Militar" y los contratistas del Pentágono, descritos por el Presidente Eisenhower como la mayor amenaza para la democracia y las instituciones liberales de los Estados Unidos. Está también la mafia petrolera, de la que Bush y Cheney son activos representantes y junto a estos grupos, las grandes corporaciones y los sectores financieros no han perdido un ápice de su poder, aun en medio de la crisis.

Estas fuerzas constituyen los puntos neurálgicos de la naturaleza imperialista de los Estados Unidos de Norteamérica. La elección de un hombre con el espíritu y la sensibilidad de Barack Obama, no cambiará el carácter de ese gran país. Puede sin embargo darle al Estado Norteamericano, un giro hacia el realismo y la sensatez, hacia una mayor comprensión de que las profundas conmociones que sacuden al mundo, crisis incluida, sólo pueden ser resueltas escuchando las voces justicieras y progresistas que se manifiestan en los propios Estados Unidos y que avanzan con firmeza, en el resto de la humanidad.

Alvaro Montero Mejía es abogado y economista. Profesor de la Universidad de Costa Rica y de la Fundación de Estudios de Posgrado. Es ex diputado, ex candidato presidencial, fundador del Partido Socialista Costarricense y director del Programa televisivo de opinión DIAGNÓSTICO, suspendido arbitrariamente por el Gobierno de Oscar Arias.

e mail: caminopropio@racsa.co.cr

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