domingo, 23 de noviembre de 2008

¡Y que siga la pachanga!


Luis Paulino Vargas Solís | 22 de Noviembre 2008

Mientras la crisis planetaria se profundiza camino de ser la más grave que sacude al capitalismo mundial desde la depresión de los treinta, el gobierno sigue jugando cromos y, a lo que se ve, la oposición se acomoda a la situación y, de lo más corronga, le hace coro a su cantinela de meter la insignificancia de US$ 117 millones para capitalización de tres bancos públicos (aclaro que aquí, y en adelante, cuando digo oposición me refiero a los partidos y fracciones legislativas no neoliberales). Todo ello, como se sabe, en atención a los plañidos de las cúpulas empresariales, muy angustiadas porque el crédito se seca y en Guanacaste y Osa se frenan sus fastuosos y devastadores “proyectos” inmobiliarios.

La cancioncita de marras va como sigue. El frenazo del crédito dificulta el cotidiano funcionamiento de las empresas, como también sus proyectos de inversión de mediano y largo plazo. En particular, se han paralizado proyectos inmobiliarios “importantes”. Todo esto conlleva el riesgo de que mucha gente se quede sin trabajo. Y como gobierno y empresarios -y también la oposición- son gente con un corazoncito tierno y sensible, se sienten de lo más consternados ante la amenaza de hambre y pobreza que se cierne sobre tantas humildes familias trabajadoras.

Dejemos de lado esta coquetada de canción. Es obvio, para empezar, que a los empresarios lo único que realmente los conmueve son las jugosas ganancias que, con tan heroico espíritu de sacrificio, andan buscando. Esta es una preocupación plenamente compartida por el oligárquico gobierno Arias. Aclaremos, de paso, otro asunto igualmente obvio: el frenazo de la actividad económica -en parte propiciado por la escasez de crédito- efectivamente generaría desempleo, cosa que es a todas luces indeseable. Por lo tanto, y en resumen, es innegable que algo hay que hacer para prevenir -o al menos aminorar- tales amenazas.

Pero que algo deba hacerse no equivale a decir que cualquier cosa es igualmente aceptable. Para mejor entenderlo, contextualicemos brevemente el asunto.

¿Por qué el crédito se ha frenado en los últimos meses? Hay varias razones. De seguro incide la situación de crisis económica mundial, con la restricción global del crédito que ha tenido lugar y el retorno apresurado de capitales en busca de “refugios seguros” (el principal de los cuales -por paradójico que resulte- ha sido el dólar estadounidense y, en particular, los bonos emitidos por el gobierno gringo).

Pero hay una causa interna muy importante: los tremendos abusos crediticios cometidos. Durante varios años -y de forma más pronunciada en 2006 y 2007- el crédito aumentó de forma por completo anómala e irresponsable. Muy en especial, el crédito orientado al sector privado y, dentro de éste, y de forma particularmente aguda, el destinado a consumo, vivienda y construcción. Al cabo, los bancos se encontraron con que habían prestado tanto que entraron en un umbral donde, de seguir haciéndolo, empezarían a deteriorarse sus indicadores de solidez patrimonial. Eso vino a ser una poderosa razón para frenar el crédito.

O sea: una de las causas importantes detrás del congelamiento del crédito, ha sido el abuso de los propios bancos.

Gimen entonces las voces lastimeras de los sacrificados empresarios. Y, como el Chapulín Colorado, el gobierno acude al rescate. Agarran plata que sale de los impuestos que el pueblo costarricense paga, para reforzar el patrimonio de los bancos. Cada colón (o, mejor dicho, dólar) con que se capitaliza uno de estos tres bancos públicos, suelta las riendas para dar 10 colones de créditos nuevos. Genial ¡ni brujos que fueran! Los empresarios pueden respirar tranquilos. Sus ganancias -perdón, los empleos de la gente que tanto los desvela- parecen estar a salvo.

¿Prestar más? Ajá. Pero ¿a quién y para qué? No es posible contestar esta pregunta sin tomar en cuenta el desastre que -con la amorosa complacencia del gobierno, el Banco Central y los entes reguladores- ha sido incubado por los bancos, incluso los públicos, durante los años anteriores. Porque, en efecto, se abusó del crédito, se propiciaron altísimos niveles de endeudamiento privado y ahora viene la resaca que sigue a una noche de juerga.

Los créditos en mora están acumulándose y, con seguridad, aumentarán mucho más en los meses próximos, conforme el golpe de la crisis mundial se haga sentir con más fuerza y se frene la economía, crezca el desempleo y aumente la pobreza. Estaremos entonces atrapados en una pinza: desde arriba, por la crisis mundial; desde abajo, por el pinchazo de la burbuja crediticia interna.

Ha sido un festín de especulación y despilfarro. Una especulación artesanal, si la comparamos con la que hacen los alquimistas financieros de Wall Street, pero no menos perniciosa. Toma, sobre todo, una forma: la búsqueda irresponsable de la ganancia fácil. Y en eso han andado los bancos, tanto privados como públicos. Estos últimos -justo es decirlo- empujados por los organismos reguladores, que exigen de la banca pública ganancias, como si de bancos privados se tratara. He aquí varios asuntitos para apuntar en la ya larguísima lista de lo debemos cobrarle al neoliberalismo criollo.

Pues el caso es que -especulando, especulando- despilfarran recursos al asignar el crédito en cosas que, eso sí, rinden bonitas ganancias a los sacrificados empresarios y alimentan hasta el paroxismo la obsesión consumista de nuestra gente. Pero de esa forma jamás lograremos el desarrollo. Desarrollo, eso sí, en su correcto sentido humano y ambiental: como un proceso que haga efectivo el derecho a una vida digna para todas las personas. Porque, sin la menor duda, Costa Rica jamás se desarrollará con bancos que alimentan la especulación inmobiliaria y el consumo desbordado. Sobre todo si con ello promueven además actividades que destruyen la naturaleza, violentan todos los derechos laborales, privatizan playas, acaparan el agua y arrebatan, a cambio de migajas, las parcelas de los campesinos El desarrollo requiere de bancos que funcionen bajo otros criterios y asignen el crédito atendiendo otros objetivos.

Vuelvo entonces a la pregunta: más crédito ¿para quién y para qué? Ingenuo sería esperar que los bancos cambien su forma de funcionamiento. Para empezar, el organismo regulador respectivo -la famosa SUGEF- no se los permitiría, ya que les exige guiarse por criterios de rentabilidad. Pero además, fíjese usted quienes pusieron en marcha esta farsa: nada menos que las plutocráticas cámaras empresariales. Y recuérdese lo que pedían: entre otras cosas poner a caminar de nuevo los “proyectos paralizados”. O sea: los megahoteles y los condominios de lujo. Entre tanto el gobierno se llena su boquita de melón hablando de crédito para pequeña empresa ¿Alguien -aparte nuestra angelical oposición parlamentaria- querría tragarse esas ruedas de carreta?

Está claro el propósito: alargar la pachanga, seguir la juerga. La cosa es de una irresponsabilidad suprema. Pero con un inconveniente: el huracán categoría 5 que se nos está viniendo encima -la mayor tormenta económica de los últimos 75 años- no va a permitir que la borrachera siga. Así de simple: no lo va a permitir. Y justo por ello lo que se está queriendo hacer es una apuesta al desastre: porque significa posponer -quién sabe para cuándo- las medidas que ya deberían estarse tomando para protegerse de la borrasca, a favor de una ilusión imposible: darle larga a un festín especulativo sin futuro alguno.

Termino con un llamado atento a la ciudadanía organizada, para que se pronuncie sobre esto, le toque el chilindrín a la adormecida oposición parlamentaria y las ollas a este gobierno irresponsable. Prometo hablar después acerca del tipo de medidas que, según mi modestísima opinión, deberían tomarse.

Nota: Luis Paulino Vargas Solís es autor del trabajo, en dos tomos, El verdadero rostro de la globalización (Editorial UNED, 2008). El primer tomo se titula La globalización sin alternativas y el segundo Los amos de la globalización. Disponible en librerías de la UNED y en la Librería Universitaria, San Pedro de Montes de Oca.

Luis Paulino Vargas Solís | 22 de Noviembre 2008

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