Luis Paulino Vargas Solís
15 de noviembre de 2008
Alguna gente ya se ha pronunciado negativamente al respecto, y lo han hecho en términos lapidarios. A su juicio, la renegociación apuesta por un "TLC bueno" que no existe en lugar alguno. Aseguran, además, que esto conlleva una falsa ilusión que desmoviliza a la gente y distrae energías. Aseveran que las baterías deberían estar puestas, en cambio, en la lucha callejera que se traiga abajo las nefastas leyes adheridas al TLC y la cual habría de culminar con el retiro de Costa Rica del TLC.
Creo, sin embargo, que las cosas son bastante más complejas y matizadas. Por ello me parece que la conveniencia o no de promover una renegociación del TLC es cosa acerca de la cual habría que pronunciar un cauto "depende".
Efectivamente, depende de una serie compleja de posibilidades y condiciones el que resulte o no conveniente promover tal renegociación ante el gobierno venidero del señor Barak Obama.
Veamos
1) La renegociación podría plantearse desde un punto de partida fuerte, es decir, proponiendo una agenda amplia y ambiciosa que, en principio, estaría orientada a reducir el TLC a cero, o casi cero.
2) Entonces, la renegociación apelaría, más que a la sensibilidad y conciencia de Obama, a la de las organizaciones sociales progresistas que han estado a la base de su triunfo electoral. Es decir, la agenda de renegociación denunciaría las atrocidades que el TLC contiene como también las que fueron cometidas en su proceso de aprobación, y lo haría resaltando la forma como todo ello atropella las aspiraciones de democracia, justicia, libertad y soberanía del pueblo costarricense. Desde ahí, estaríamos pronunciando un llamado a la confluencia de voluntades entre los sectores más sensibles y democráticos de la sociedad estadounidense y las aspiraciones y reclamos del pueblo costarricense.
3) Además, ello podría abrir la posibilidad para que Estados Unidos no se interese por reconsiderar tan solo los capítulos ambiental y laboral, sino que abra y amplíe el abanico de la discusión. En todo caso, conviene no simplificar en exceso -como parecen hacerlo algunos sectores de la izquierda en notable coincidencia con grupos de la oligarquía- los frentes de oposición que existen en Estados Unidos respecto de este u otros tratados comerciales de similar naturaleza. Esa oposición no se limita a lo ambiental y laboral, y en cambio incluye, entre otros, asuntos como los de las medicinas o la posibilidad de demanda de los estados ante tribunales de arbitraje internacional.
4) Una propuesta de este tipo no estaría animada por la vana ilusión de imaginar que todo cuanto se solicita vaya a ser atendido. Si bien nuestro llamado podría movilizar a nuestro favor sectores políticamente avanzados que pueden tener influencia en el gobierno de Obama, igualmente movilizará en su contra intereses económicos poderosos. Así es, por la general, la realidad social: compleja y contradictorio. Sin duda Estados Unidos no se escapa de esa regla. Pero la solicitud de renegociación, en los términos indicados -como una renegociación de fondo, extensiva y radical- justamente buscará jugar con y aprovechar esas complejidades en un momento preciso -el de la actual crisis económica- en el cual los movimientos ciudadanos progresistas podrían tener una mayor influencia en las decisiones que se adopten en Washington.
5) Una toma de posición del gobierno de Obama a favor de la reconsideración del TLC -incluso si no es una reconsideración radical como la que estaríamos pidiendo- constituiría un duro golpe para las oligarquías neoliberales de Costa Rica, las cuales, como bien sabemos, viven y respiran por lo que Estados Unidos haga o deje de hacer. En la perspectiva de una lucha más prolongada y de mayor alcance, conducente a tratar de desarmar el conjunto de perniciosas leyes derivadas del TLC, ello aportaría, a nuestro favor, no solo una ganancia política, sino, incluso, incrementados espacios de libertad jurídica que facilitarían introducir los cambios necesarios.
6) Es obvio que la renegociación del TLC, incluso si llegase a tener alcances muy amplios, no lograría resolver el problema tremendo que plantean las llamadas leyes de implementación. Pero aparte que, como ya indiqué, la renegociación nos proporcionaría un mayor espacio jurídico y político para llevar adelante el proceso de modificación de esas leyes, lo cierto es que, al margen de estas últimas, el TLC mismo tiene cosas gravísimas que nos conviene modificar. Menciono las principales: la liberalización del comercio agrícola, de armas y de agua; el régimen inversionista-estado del capítulo 10 que permite las demandas ante tribunales de arbitraje internacional; el conjunto de restricciones que ese capítulo impone enrelación con el ejercicio de las políticas públicas; la liberalización del comercio de servicios, con las temibles consecuencias que ello podría tener sobre salud y educación. También todas las condiciones para el debilitamiento ulterior de las legislaciones laboral y ambiental derivadas de los capítulos correspondientes. También las peligrosas consecuencias asociadas al funcionamiento de la llamada Comisión de Libre Comercio creada en el capítulo 19. Está plenamente justificado tratar de lograr cambios en cada uno de estos aspectos.
7) Los movimientos ciudadanos progresistas de Costa Rica deben plantearse de forma seria y muy serena, cuál es el tipo de relaciones que querríamos promover respecto de los Estados Unidos. Una cosa es innegable: se trata de una potencia imperialista muy agresiva y ello no va a cambiar por mucho que tengan un presidente negro. Obama seguramente introducirá una dosis de sensatez y pragmatismo en la conducción de los asuntos imperiales, pero no modificará -ni mucho menos- esa naturaleza imperialista fundamental. Frente a esa realidad ¿qué haremos? ¿Ponernos de frente al tren para que nos arrastre o aprender a manejar las cosas con sutileza y creativa flexibilidad? Recordemos que no tenemos el petróleo que sí tiene Venezuela y preguntémonos si estamos dispuestos a sobrellevar el costo que el pueblo cubano ha tenido que soportar. Y recordemos, además, que, no obstante su naturaleza imperialista -derivada centralmente de la hegemonía que detenta el gran capital transnacional- en todo caso la sociedad estadounidense es compleja e interiormente heterogénea y contradictoria. Deberíamos aprender a jugar con esas complejidades y a aprovecharlas a nuestro favor.
8) En ese contexto, cobra sentido una iniciativa de renegociación que surja desde los movimientos ciudadanos mismos, es decir, desde los sindicatos, organizaciones ambientalistas, estudiantes, agricultores, indígenas, grupos de mujeres, comités patrióticos, académicos, grupos religiosos progresistas, movimientos de derechos humanos...Una propuesta de renegociación que busque cambiar radicalmente el TLC hasta prácticamente reducirlo a cero, y que se formule en términos tales que convoque el apoyo de los movimientos ciudadanos progresistas que, desde el interior de la sociedad estadounidense, se movilizan también a favor de reivindicaciones de justicia y democracia. Subrayo y reitero: que sea una iniciativa ciudadana autónoma, no una propuesta de cúpulas.
9) Al cabo, una iniciativa tal podría lograr poco o mucho. Incluso si no son sustanciales los cambios, habría una ganancia política frente a la oligarquía, porque nos habríamos hecho escuchar por Obama y -más importante aún- por sectores progresistas de la sociedad estadounidense, aparte que, en la modificación del TLC, asimismo el amo imperial le estaría enmendando la plana a sus lugartenientes locales. Y esa ganancia política podría ser importante en la perspectiva de una lucha -que ha de ser difícil y prolongada- por modificar las leyes de implementación del TLC y, eventualmente, por denunciarlo y salirnos. Es claro, por otra parte, que en este momento no existen las condiciones para una lucha callejera que derroque el TLC y sus leyes, según la fórmula a la que usualmente recurren algunos sectores de la izquierda. Queda por delante un proceso complejo de rearticulación de los movimientos sociales y de renovada acumulación de fuerzas, pero esto no podrá avanzar exitosamente si no predomina un clima de diálogo respetuoso y abierta colaboración entre las mismas organizaciones ciudadanas y sus dirigencias. Y esto, por cierto, conlleva, entre otras cosas, un esfuerzo por ahorrarse descalificaciones y ataques. Nadie debería ser considerado traidor por ejercer su derecho a disentir y, además, nadie debería considerarse dueño absoluto de la verdad.
miércoles, 19 de noviembre de 2008
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