miércoles, 4 de febrero de 2009

Odio no


Desde Mi Ventana
Anacristina Rossi

Parece que algunas personas piensan que yo odio al Presidente de la República. Los que así opinan no saben distinguir entre el odio y la justa y santa indignación.

Mencionar todas las razones de mi indignación tomaría el espacio del suplemento entero. Pero como algunos viven en la luna, daré unos ejemplos. Estoy indignada porque:
Su gobierno trabaja para la concentración de la riqueza y el aumento de la desigualdad, cuando él sabe muy bien que eso genera delincuencia y violencia social y que la desigualdad y la concentración de la riqueza hicieron de los demás países centroamericanos el actual infierno. Claro, él y sus adláteres se protegen tras los vidrios polarizados de sus 4X4, tras sus inmensas tapias electrificadas y con sus guardaespaldas. Para colmo, si algo en su gobierno no les sale como quieren, desvían los fondos de los pobres para pagarse jugosas consultorías, o contratan ¡con fondos públicos! una ministra de la imagen. Qué cinismo.

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Su gobierno nos impuso el TLC mediante las mafiosas técnicas del Memorando Casas Sánchez: chantaje, mentiras, manipulación mediática, cizaña, etc. Un TLC que entre otras cosas nos arrebata la soberanía jurídica y alimentaria, haciéndonos más vulnerables en la crisis mundial.

Su gobierno no sabe o no quiere saber que la clave de la paz social y la prosperidad es la distribución de la riqueza. ¿Puede alguien con cerebro ignorar esta verdad?
Su gobierno prefiere quemar a las mujeres con cobalto y pagar millones a las clínicas privadas antes que hacer el esfuerzo de modernizar los equipos y servicios de la CCSS.

Su gobierno, sabiendo que nuestro país es sísmico y frágil, agrede la naturaleza con los proyectos agrícolas, mineros y marinos más devastadores de la historia.

Su gobierno, como muchos anteriores, no cesa de reducir la esfera de lo público y de apropiarse de lo que es de todos: los ríos para generar electricidad, el ICE para beneficiar a las telefónicas privadas, los acuíferos para beneficiar a urbanizadores y hoteleros, etc. etc.

Esas son razones suficientes para sentir enorme indignación. Pero no odio. Para poder odiar tiene que haber afrenta personal y en mi caso no la hay.

Al contrario. Hace muchísimos años, Arias intentó tener alguna comunicación conmigo. No resultó. Pero siempre guardaré la imagen del ex presidente que, con la cara muy roja por alguna dolencia de la edad, vino todo entusiasmado a sentarse de primero y en primera fila cuando la presentación de un libro mío.

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Eso fue antes. Ahora es de nuevo Presidente y como tal, toda acción suya que afecte al país trasciende el ámbito privado. Por lo tanto, lo que muchísimos sentimos es indignación, justa y pública.

Porque ¿cuántas décadas de inteligencia, rectitud y sabias inversiones sociales se necesitarán para erradicar la delincuencia, la violencia, y la destrucción de la naturaleza y del tejido social que la codicia y la falta de cerebro provocaron?
Nadie sabe.

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