martes, 3 de marzo de 2009

En defensa de nuestra identidad

Horizontes
En defensa de nuestra identidad
Alicia Pifarré Pan (*)

A fuerza de decretos nos están borrando la cara, nos están quitando el nombre, la identidad, el futuro de las próximas generaciones. Ya cercenaron nuestra soberanía, nuestra independencia, so pretexto de insertarnos en un mundo cuya propuesta agoniza estrepitosamente. Ahora pretenden dejarnos sin alma, sin pasado, sin principios, esos que al decir de Rodrigo Facio “… a los costarricenses les interesa vitalmente que queden asegurados en forma inflexible en la nueva Constitución.” Vitalmente…

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Por decreto se resta dinero a las universidades y se suma dinero a los deportes. Por decreto, se rotula “conveniencia nacional” a proyectos extranjeros que arrasan nuestros bosques, las armas prohibidas se convierten en “autorizadas” y se llama “invención patentable” a los conocimientos centenarios de las comunidades indígenas. Por decreto, en época de crisis, se duplica el presupuesto de gastos de algunas instituciones mientras al pueblo se le pide “socar la faja”. ¡Vaya con las contradicciones!
A contrapelo de la jerarquía normativa elemental, las leyes sucumben ante los decretos; hasta la misma Constitución resulta violada. Esa violación, grosera y premeditada, ya no sorprende pero sí indigna.

No es posible permanecer indiferente ante la destrucción sistemática de nuestra identidad, ante la sepultura desmañada de nuestros principios y valores, ante el porvenir arrebatado a nuestros nietos. El Derecho es signo, motor y resultado de la Historia de cada pueblo. Quebrado el vínculo entre ambos toda norma carece de significación, porque los valores que expresa no son los del pueblo, cuya conducta regula, sino los propios e individuales de quienes ejercen el poder.


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La justicia social, la protección de la naturaleza, el respeto a las minorías, la solidaridad, la convivencia pacífica, el control del gasto público, la dotación patrimonial a las universidades estatales, forman parte de nuestra identidad como nación, como pueblo. Por eso fueron “vitalmente” asegurados en la Constitución. Si claudicamos en su defensa, moriremos.

Muchas voces están escalando la sorda muralla del poder; las solicitudes devienen exigencias, los reclamos demandas; ya no se pide la palabra sino que se toma la palabra; el discurso airado pasó de esporádico a cotidiano. No es para menos. Así debe ser.

Nos obligan a luchar día con día por nuestra supervivencia como nación y encima se quejan de que no nos dejamos gobernar. ¡Caramba! En el reparto de culpas están faltando espejos.

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