lunes, 15 de diciembre de 2008

¿Un movimiento social políticamente inmaduro? II Parte

Luis Paulino Vargas Solís | 13 de Diciembre 2008

En el artículo anterior propuse algunas ideas que ilustran la forma como se manifiesta lo que, creo, es un problema de inmadurez política de los movimientos sociales progresistas en Costa Rica. En términos generales, las diversas manifestaciones del problema, podrían agruparse en dos categorías: rigidez ideológica e imposibilidad de generar estrategias políticas realistas y flexibles. Puesto de otra forma: tendemos a actuar de forma principista. Es decir, no hacemos de los principios guías fundamentales que orienten nuestro trabajo, sino recetas rígidas que nos paralizan y suscitan diferencias y divisiones.

1) La inmadurez del movimiento

Lo más paradójico es que se trata de la misma gente y las mismas organizaciones que llevamos adelante la hermosa gesta contra el TLC. Se construyó entonces una amplia unidad que respetaba la diversidad, y, más aún, se alimentaba y crecía a partir de ésta. Seguramente el proceso se vio facilitado en virtud de que al frente había un enemigo bien identificado y un objetivo muy claro. El TLC aportaba un punto de confluencia que facilitaba el entendimiento y la articulación. Pero, en realidad, ello solo fue posible en cuanto el TLC contenía en negativo un programa o proyecto de país en el que, en términos generales, estábamos de acuerdo. Es decir, en el TLC mirábamos -como reflejado en el espejo y, por lo tanto, invertido- el tipo de país y de sociedad al que aspiramos. Luchar contra el TLC llevaba implícito luchar por un proyecto de país. En otras palabras, el no al TLC contenía oculto un sí a favor de un determinado proyecto político del cual el TLC es enemigo irreconciliable.

En el período posterior al referendo, ese proyecto implícito debió salir a la luz para que funcionase como núcleo articulador desde el cual reconstruir la unidad de las fuerzas sociales y políticas progresistas opuestas al neoliberalismo. Ello incluye un arco pluralista que, con gradaciones diversas, se mueve a la izquierda del centro político. En la práctica se ha hecho casi imposible ni siquiera definir un programa básico compartido, menos aún rearticular el movimiento y construir la unidad.

Durante la lucha contra el TLC, el fácil reconocimiento de un objetivo central compartido debilitó diferencias y objeciones. Luego los objetivos se volvieron más complejos y, encima, afloraron las ambiciones personales y partidarias. Quedó en evidencia que, en cuanto los problemas devenían más demandantes y los escenarios políticos más complejos, de igual forma nuestra capacidad de respuesta disminuía. Es evidente que, en efecto, somos un movimiento políticamente inmaduro.

2) ¿A qué se debe esta incapacidad de generación de apropiadas respuestas políticas?

Esta es una pregunta crucial, pero, sin duda, difícil de contestar. Intentaré alguna respuesta.

Primero, subrayo que, en términos generales, somos un movimiento crítico que, en algunos de sus sectores y de sus manifestaciones, adquiere tintes anti-sistémicos. Desde luego, y en vista de nuestra diversidad, estas características se manifiestan en grados variables. Algunos sectores son más críticos, otros menos. Algunos asumen posiciones que tienen rasgos antisistémicos; otros no. La criticidad del movimiento es, sin embargo, una característica muy generalizada, y se evidencia de múltiples formas. Un ejemplo claro de ello está en el cuestionamiento unánime que formulamos en relación con el funcionamiento del sistema democrático y la institucionalidad pública, el papel de los medios de comunicación o en relación con los problemas de la pobreza, la desigualdad o el medio ambiente. Sin duda, somos un conglomerado de gente y organizaciones que enarbola un discurso de cambio y renovación.

Sin embargo, es posible que este discurso progresista -crítico y transformador- no encuentre un correlato coherente ni al nivel de la subjetividad de las personas que conformamos el movimiento ni en la forma como nos relacionamos y nos organizamos. Aquí el peso de la dominación sigue siendo decisivo y ello nos paraliza y nos fragmenta.

Cuando digo dominación me refiero a los mecanismos por medio de los cuales los grupos dominantes (o hegemónicos) ejercen y hacen efectivo su poder. Se trata de los grupos de mayor peso en lo económico, político, ideológico y mediático. En parte, los mecanismos de dominación funcionan de modo desembozado. A modo de ejemplo, uno lo puede ver en la forma interesada como las corporaciones mediáticas manejan la información; o en la institucionalidad pública secuestrada, en manos de un presidente autoritario y con la sumisión de la Asamblea Legislativa, la Sala IV y el Tribunal de Elecciones.

Pero hay mecanismos de dominación que actúan de forma oculta y, por ello mismo, más insidiosa. Se trata, en particular, de mecanismos ideológicos que se instalan a profundidad en la subjetividad de las personas -es decir, en su mente, sus sentimientos y actitudes- y que condicionan la forma como esas personas se relacionan entre sí y, por lo tanto, la forma como se organizan (o no se organizan). Ejemplos muy claros donde esto se manifiesta son los siguientes: la apatía de sectores de la población, con lo cual, y sin darse cuenta, entregan un cheque en blanco a los sectores dominantes para que éstos hagan lo que les venga en gana; la aceptación acrítica de la idea según la cual la democracia consiste en emitir un voto cada cuatro años; la sumisa aceptación de las dádivas corruptoras que el clientelismo politiquero reparte.

3) Bajo el yugo de la dominación

Me parece -y esta es solo una hipótesis que expreso como pensando en voz alta- que el problema principal de nuestro movimiento es de ese tipo: hay mecanismos de dominación ideológica instalados en nuestra subjetividad. Es algo acerca de lo cual no tenemos consciencia y, sin embargo, ello podría tener fatales consecuencias en nuestro actuar político.

Es paradójico, pero creo que es así: queremos ser un movimiento crítico, renovador y alternativo y, sin embargo, aún no logramos sacudirnos el yugo de la dominación, sobre todo en sus formas más insidiosas.

Esto se manifiesta principalmente de una forma: mostramos una tremenda inseguridad en relación con nuestra capacidad para romper con las estructuras de poder vigentes y tomar las riendas de este país a fin de enrumbarlo hacia un proyecto político realmente democrático y transformador. A su vez, esto se expresa principalmente de dos formas:

• primero, en la idea de que las oligarquías neoliberales son omnipotentes. Un ejemplo: la idea que ciertos sectores sostienen en el sentido de que lo electoral es feudo totalmente controlado por los poderes oligárquicos, en el cual los movimientos sociales alternativos no tienen nada que hacer. He aquí una buena forma de atribuirles un estatus de omnipotencia;

• segundo, en la desconfianza -malentendida como criticidad- con que nos miramos entre nosotros y nosotras. A mi juicio, esto pone en evidencia una cosa: a tal punto desconfiamos de nuestras capacidades, que creemos indispensable demostrar que nada de cuanto proponemos vale ni una peseta. Esto es visibiliza principalmente en un comportamiento recurrente: la tendencia implacable a escrutar con escrupulosidad cualquier propuesta en busca de defectos que sirvan de pretexto para el disenso. Ciertos sectores dan testimonio de esto con especial claridad, en la ligereza con que reparten acusaciones de "traidor" y "vendido" entre quienes opinan distinto.

No nos creemos capaces de tomar el poder y emprender un proceso de transformación democrático y progresista. Reproducimos así, en nuestros comportamientos individuales y, lo que es peor, en nuestras formas de actuación política, uno de los principios fundamentales en los que se asienta la dominación: la de que los grupos poderosos son los únicos capacitados para gobernar y llevar las riendas del país. Este es, asimismo, un principio básico que legitima esa dominación, ya que hace creer que el poder está en manos de la única gente capacitada para ejercerlo.

Dicho de otra forma: llevamos inoculado el germen de la dominación y ni siquiera nos apercibimos de tal cosa. Ello nos paraliza e, incluso, nos induce a auto-agredirnos y mutilarnos. De aquí en adelante, proliferan comportamientos y discursos que, de diversas formas, reiteran una tremenda dificultad para discernir nuestra posición como un movimiento con capacidad política de transformación progresista. Me limito a enumerar algunos:

• el sentimiento de orfandad y minusvalía que transmite el reclamo angustioso por un "liderazgo fuerte", cosa que traduce desconfianza en la fortaleza del movimiento como fuerza social participativa, en capacidad de generar, por si misma, los liderazgos que necesite;

• la reiterada dificultad para comprender y asimilar la diversidad y pluralidad del movimiento. Correlativamente el afán por ver -o forzar- grises uniformes donde existe un riquísimo multicolor. Ello genera otros problemas: incentiva el irrespeto e intolerancia; fragmenta y divide y, en fin, imposibilita diseñar estrategias políticas que tengan alguna viabilidad y que aprovechen a plenitud la potencialidad creativa de lo diverso y eludan el riesgo de fragmentación que éste conlleva;

• la dificultad para repensar lo político y concebirlo desde posibilidades que rompan con los cánones tradicionales impuestos en los marcos de la institucionalidad democrática oligárquica. Lo más paradójico es que, durante el período del referendo, logramos renovar lo político a profundidad e, incluso, de forma revolucionaria. Ahora, en cambio, proliferan visiones que implican retroceder hacia lo tradicional. Esto se visibiliza claramente en el camino que algunos sectores han tomado, orientado a restaurar lo político según su acepción restringida, es decir, como competencia entre partidos conducente a alcanzar el "poder" y reiterando el gravísimo equívoco según el cual ganar el gobierno es tener el poder (cuando en realidad, y a lo sumo, con ello tan solo se logra una reducida cuota de poder);

• el simplismo y maniqueísmo anti-político que prolifera en sectores del movimiento, lo que crea abismos entre quienes se mueven en el mundo de la acción ciudadana y quienes lo hacen el mundo político-partidario. Pero ello tiene otro serio inconveniente: restringe y empobrece el ámbito de participación ya que lleva a renunciar a la acción política en sentido amplio -o sea, a la participación en los asuntos importantes para la colectividad- a favor de una forma de actuación que queda restringida a objetivos de limitado alcance.

Lo dejo aquí. Seguramente he dejado por fuera otros asuntos importantes. Enfatizo, finalmente, lo siguiente: la autocrítica honesta y constructiva es un paso insustituible si es que realmente queremos superar los obstáculos que hoy nos detienen y paralizan. Ese es el espíritu que inspira este artículo y el que lo antecedió y así espero que sean interpretados.

Luis Paulino Vargas Solís | 13 de Diciembre 2008

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